Con el triste episodio del robo del Códice Calixtino, y conforme se van desgranando las informaciones acerca de las graves carencias en la seguridad de la Catedral de Santiago, que han llevado a la Policía a manifestar que “Es como si alguien compra un coche blindado y deja las ventanas abiertas”, se han ido arracimando las opiniones de los que siempre critican cualquier cosa que huela a católico, acerca de la conveniencia de que la Iglesia sea la depositaria de sus propias pertenencias.
Así, el diario Público calificaba a la Iglesia de “blanco fácil para los ladrones de joyas y arte”. En El País se destacaba lo “desprotegido” que está el tesoro en los templos católicos. Y en Nuevatribuna.es, directamente se cuestionaba la titularidad de las obras de arte de la Iglesia católica.
El argumento de estos sectores progresistas, y comúnmente anticlericales, es que probablemente, la Iglesia no está capacitada para proteger sus tesoros. La posible solución sería, pues, trasladar las obras a lugares más controlados.
Es curioso, porque los últimos grandes robos de arte en España, han sido la sustracción de dos velázquez en el Palacio Real de Madrid allá por 1989; mucho después, en el 2006, cuando cuatro bloques escultóricos, de 38 toneladas nada menos, de Richard Serra, fueron birlados al Reina Sofía; y en 2007, el estrambótico y sonoro caso del robo de ocho mapasmundi, de la edición de 1482, de la Cosmografía de Ptolomeo en la Biblioteca Nacional de Madrid por parte del historiador uruguayo César Ovilio Gómez Rivero, expolio que le costó la cabeza a la entonces directora de la Biblioteca Nacional, Rosa Regás… Todos ellos son lugares públicos y poco religiosos, y que aún así, fueron allanados.
Así las cosas, parece que la única salida que le quedaría a la Iglesia, sería vender su maravilloso (y accesible para todos) patrimonio a las grandes fortunas, personas millonarias, que son las únicas que pueden defender, con cara y ojos, sus pertenencias. Por así decirlo, privatizar el arte, una medida muy social y progresista, ¿No creen?
Dicho esto, es de desear que el códice sea restituido y que las medidas de seguridad, si esto sucediera, no recayesen en los delicados hombros de Mortadelo y Filemón, como parecía que estaban hasta ahora:
Tan fino, sorprendente y sibilino
ha sido el hurto, desafortunado,
que ha dado por funesto resultado,
la pérdida del Códex Calixtino,
que muchos se preguntan, con gran tino,
¿Cómo ha podido ser?, ¿Qué habrá pasado?:
Parece que algún lerdo se ha dejado
la puerta abierta, qué gran desatino.
¿Por qué querrán tener, acorazado,
el ámbito, si luego queda abierta
la cámara, sin más complicaciones?
El arzobispo está tan enojado,
que puede ser que a alguno... estén alerta,
le pille con tal puerta, los cojones.