Interrumpo súbitamente mis vacaciones, para arrojarme a vomitar esta entrada, porque desde que conocí la noticia me ha dejado impactado y es probablemente una de las peores cosas que han pasado a mi querido y maltrecho mundo del cómic patrio, tan tirado al friquismo japonés y los superhéroes norteamericanos, que han absorbido a nuestros jóvenes valores, y que ha abandonado a los antiguos, a los grandes, muy grandes que dejaron tan alto el pabellón de nuestro arte en el resto del mundo durante los años 70, para convertirnos, por qué no decirlo en una de las potencias mundiales de la creación de tebeos.
Vengo a referirme a la desaparición de Fernando Fernández, el grandísimo historietista español, autor de Zora o Drácula, obras referentes de la historia del cómic mundial. Y me entero porque veo la esquela en La Vanguardia y no porque la noticia, tremenda, haya merecido la más mínima profusión en los medios de comunicación.
Mi recuerdo personal hacía el gran historietista barcelonés, me retrotrae al Salón del Cómic de Barcelona del 2004, culminación de una larguísima búsqueda infructuosa del “Drácula” de Fernández, versión fidelísima de la novela de Bram Stoker, creada en los primeros ochenta, íntegramente en óleo sobre papel (échale un par de narices…) que yo había seguido por entregas en la revista CREEPY que editaba el también desaparecido Toutain. En aquellos últimos años de la década de los noventa en los que yo, ya no era un jovencito que no podía permitirse comprar la obra cuando se puso a la venta, me acercaba a los mostradores de los vendedores de cómic antiguo del Salón, con toda la candidez del mundo, esperando obtener otra respuesta que la que se me ofrecía repetidamente. No, no, y no… y si lo tuviera me lo quedaría y no lo vendería.
En una de estas, un año antes al que me refiero, un comprador a mi lado se dirigió a mí, diciéndome que no había podido evitar oírme y que si bien él no podía venderme ninguno, podía ofrecerme un “Zora y los hibernautas” del mismo autor en su primera edición, y que lo haría al precio original al que salió a la venta pasado a nuestros modernos euros. Ni un céntimo más. Un regalo, vamos… Me argumentó, que el simple hecho de que estuviera buscando el otro, me hacía a sus ojos, merecedor de ser el dueño de éste, que él tenía repetido. No quería vendérselo a nadie que buscara especular con él… Y la oferta, confieso que me halagó más que me interesó, pues mi deseo era poseer el Drácula, pero adquirí aquel álbum y lo tengo en mi colección en lugar destacado, porque simboliza para mí, el amor al arte de la banda diseñada que sentimos algunos tíos raros por el mundo.
Pues bien, en el año posterior, el 2004, la editorial Glénat, tuvo el acierto (al menos en mi caso) de reeditar Drácula y Zora. Explicar la emoción de enterarme, de esperar el lanzamiento, de comprar al fin mi Drácula, de leerlo, de releerlo, de disfrutarlo… es un ejercicio que difícilmente puede hacer este mediocre juntaletras que les aturde intermitentemente. Pero no acaba ahí la cosa. Ese mismo año, ese mismo Salón del Cómic que había sido escenario de tantas decepciones, fue marco incomparable para una de las alegrías mayores que este humilde aficionado al tebeo ha podido experimentar en el largo camino de su frikismo. El mismo Fernando Fernández firmaba ejemplares de sus obras. El gran artista, que se había retirado del mundanal ruido aquejado de una afección en el corazón, volvía, para firmar los ejemplares de su obra relanzada.
Y puedo decirles que, hoy que aquella enfermedad se ha llevado al gran profesor por delante, para mí es un honor tener un ejemplar en su nueva versión de Glénat, con un Drácula dibujado en sus blancas guardas, a lápiz, de puño y letra de uno de mis ídolos. Hoy recuerdo aquel gran día con emoción, cuando escribo para hacer eco de una gran pérdida.
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