martes, 9 de noviembre de 2010

EL PAPA EN BARCELONA

Recordarán que hace apenas unas semanas me hacía eco de lo angustioso que era para mí leer la columna de Pilar Rahola en La Vanguardia y coincidir con su opinión casi punto por punto (al cien por cien nunca se coincide con nadie) … aquella inquietante sensación, motivó que compusiera unas décimas de las mías, acerca de lo extraño que se me hacía. Pues bien, ha vuelto a suceder. Cuando me disponía a juntar algunas líneas, con las que expresar las sensaciones que me ha producido la visita del Papa a mi ciudad de Barcelona, leo la columna de doña Pilar, y resulta que tengo medio hecho, negro sobre blanco, el artículo que tenía en la cabeza.

Cierto es que no estoy de acuerdo con algunas cosas, pero sí con el concepto general de lo escrito por la escritora catalana. Así, yo también calificaría la visita papal de “éxito sin paliativos, por mucho que se intente tirar agua descreída a tan sacro vino”. Y yo, si bien creo que el número de personas que siguieron los actos en nuestras calles fue muy apreciable, coincido en que algunas previsiones demasiado optimistas, han provocado que algunos puedan opinar que eran “menos de las esperadas”, pero estoy con Rahola cuando apunta la necesidad de sumar a todos los que siguieron los actos, y que “los datos de audiencia de la televisión son muy rotundos. Que el 33% de la audiencia televisiva estuviera viendo una misa que duró tres horas, más el ángelus, significa un nivel sólo equiparable al fútbol. Por supuesto, debió de ayudar la magnífica realización que hizo TV3, de una belleza plástica extraordinaria, pero la paciencia de tres horas requiere algo más que belleza, requiere convicción. Y aguantó el 33% de media”. No es un dato desdeñable, teniendo en cuenta las dificultades que la Seguridad ha puesto a los que tenían la intención de ver al Papa en directo. Las vallas, la problemática de las comunicaciones, las necesarias acreditaciones prevías, la dificultad de reparto de entradas, las colas y los madrugones, probablemente hayan apartado a los fieles menos comprometidos.

Las medidas de seguridad, imperativo en los tiempos que corren, no ayudan al Sumo Pontífice a despegarse de su imagen fría, ya que le apartan de sus fieles (la excesiva velocidad del papamóvil por las calles fue sintomática) pero probablemente no vienen dictadas por él, sino por el equipo de profesionales que se ocupan de minimizar sus riesgos. Ciertamente, a Benedicto XVI le ha tocado vivir en unos tiempos más difíciles que los de su predecesor Juan Pablo II, y aún así, al anterior Papa, ciertas actitudes, le valieron un buen disgusto.

Yo también, como Rahola, me hago la misma pregunta: ”¿Es necesario ser hortera para protestar contra el Papa? Por supuesto no me refiero a todas las protestas, pero algunas parecían más una pasarela de vulgaridad que una protesta cívica”. Tan buena ha sido esta visita, que hasta los detractores han tenido su minuto de gloria, aunque solo sea para que hayamos podido constatar que existen, aunque fueran poquitos.

Y seguidamente, Doña Pilar se hace una pregunta que también me tiene en ascuas desde hace bastante tiempo, y que junto a ella, lanzo al aire: “No entiendo los aspavientos porque el Papa defienda un modelo de familia o esté contra del aborto. ¿Qué nos esperábamos? ¿Un papa hippy?” y yo añadiría de mi cosecha, ¿Y si no piensan hacerle caso, ¿Qué más les da?... como dice en el artículo la columnista, “Escandalizarse porque el líder de una gran religión preserva su ortodoxia más allá de los tiempos es no entender nada de su papel. Otra cosa sería que la ortodoxia religiosa hiciera las leyes, pero ahí está precisamente la modernidad, que ha puesto a cada Dios en su casa y a la ley en la de todos”.

La conclusión de la visita papal para Rahola es que “Ratzinger deja tras su paso una Sagrada Família engrandecida, una comunidad católica emocionada y un debate abierto sobre el papel de las religiones en la sociedad moderna que es muy necesario. Y sobre ello ha dicho cosas interesantes. En definitiva, un viaje positivo para los creyentes, interesante para los descreídos y positivo para la ciudad. Ojalá otros líderes religiosos aportaran tanto…”. Naturalmente, este es un balance desde el punto de vista político y social, no religioso. Como católico, añadiría que el viaje, me ha imbuido cierta dosis de buen rollo, me ha reafirmado, me ha dado sensación de grandeza (debe ser la altura de la Sagrada Familia, que se contagia…) y me ha hecho más fuerte, con ganas de “salir del armario”. Y es que los creyentes estábamos un poco aplatanados en Barcelona, ciudad que se ha erigido en capital del laicismo en los últimos años, un poco acorralados por el buenismo relativista de la clase política, la connivencia con otras religiones (no sé si por dar por saco), y aguantando que si la Inquisición hizo esto, que si vaya lo que le hicieron a Galileo, que si las cruzadas, que si las riquezas del Vaticano, que si la Conferencia episcopal anti-catalana, y últimamente, y con dolor, aguantando el drama de la pederastia, calladitos, como si todos los católicos tuviéramos que pedir perdón por lo que han hecho algunos depravados, que deberían estar en la cárcel.

Ver estos días banderas vaticanas colgadas en los balcones de mi ciudad, ver como la gente se preparaba para la visita, ver a esa gente acompañar al Papa en la Sagrada Familia, en las manzanas de alrededor, en la Monumental, en el recorrido del papamóvil, frente al Palacio Episcopal, en sus diferentes visitas y hasta el aeropuerto, gritando y animando sin complejos, sin que se notaran largas horas de espera y cansancio, y que quedaran todavía personas en sus casas para darle un 33% de audiencia televisiva a la ceremonia ha sido moralmente maravilloso. 

Y contemplar en TV3, en un debate al día siguiente, que cuando la eco-progre-pija de turno, arremete contra el Papa gratuitamente, recibe la respuesta que merece de un contertulio, que esta vez no ha querido aguantarse, y verla callarse, sorprendida y desentrenada, porque hasta ahora, en estos años, no ha tenido, ni una voz de respuesta a sus burdas demagogias y prejuicios baratos, me ha sorprendido gratamente. Y pienso, que igual la visita, nos ha valido para mucho más de lo que nos pensamos.

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