martes, 16 de febrero de 2010

DESGOBIERNOS

Hay dos maneras de incurrir en el desgobierno. La primera es decidir que hay que gobernar sin modelo, a salto de mata, resolviendo los temas según nos van asaltando, lo cual no nos permite atacar a las causas de dichos problemas sino intentar paliar, en la medida de lo posible, sus efectos. La otra, es estar en una permanente búsqueda de un modelo utópico o grandilocuente, dejando los problemas por resolver, en pos de conseguir una mejor definición de nuestros objetivos.

En Catalunya, hace algunos años envidiábamos a Madrid y Valencia, porque, al ser gobernadas por el mismo partido a nivel nacional y local, aprovecharon el entente entre sus distintas instituciones para crecer como nunca antes. Nos las prometíamos muy felices, cuando por primera vez, teníamos ocasión de estar en esa situación. Pues bien, en la cruda realidad, no hemos crecido, y hemos padecido las dos formas de desgobernar:

Por un lado, el Gobierno de la Nación eligió la primera vía. Con el objetivo de no descontentar a ningún sector mayoritario, su primordial razón de ser, su “leymotif” fue siempre imponer lo que dieron en llamar el “talante”. Veníamos del tardo-aznarismo, etapa que se caracterizó por una equivocada destemplanza. Aquella actitud, fue terreno abonado para el “talantismo” de ZP, que huyendo como de la peste de todas las medidas que se antojaran antipopulares, llegó a ser el único político del mundo civilizado negacionista de la crisis. Aun hoy, cuando ha llovido lo que ha llovido, mantiene algo de ese deje, y ha manifestado que  la situación actual es una suerte de conspiración judeo-masónica contra el euro, y por ende, contra su persona.

Por otro lado, el Gobierno de la Generalitat eligió la segunda. Nació el “tripartit” como una mezcla de varias sensibilidades muy diferentes, con el fin (legítimo) de birlarle el poder al partido que había vencido en las elecciones (CiU), y un enemigo común (el PP), que los unía, al que declararon “paria de la tierra” en el acuerdo del Tinell. Un grupo heterogéneo que dio en llamarse a sí mismo “mayoría de progreso”, y que realmente eran representantes de realidades tan dispares, que no han llegado a soportarse nunca. El porqué de la acción del gobierno de las diferentes etapas del “tripartit” fue, por este orden, conseguir redactar un nuevo Estatut (se hizo mal, al hacerlo sin consenso), conseguir que lo aprobasen (mal también, por lo que se halla “paralizado” en el Constitucional), conseguir la ley de financiación (otra vez mal, porque aún hoy, no es aplicable, y se hicieron hipótesis de cálculo con crecimientos que no se darán), y pelearse entre ellos con la suficiente antelación, para poder presentarse a las siguientes elecciones, libres de sus inoportunos y desagradables maridajes. En resumen, mucha política, mucho gran objetivo, y poco gobierno.  

Entretanto, a los catalanes nos ha pillado la crisis económica, sin que nuestros gobernantes (ni unos, ni otros) tengan claros los objetivos, definan la línea. Ernest Maragall, conseller del gobierno catalán, recientemente ha escrito en un ya famosísimo artículo lo que, a su modo de ver, serían los cuatro puntos básicos para recuperar la competitividad, y que como él mismo reconoce, acaben “compensando el empobrecimiento real que hemos generado los dos últimos años: industria, conocimiento, eficiencia social y economía abierta (...) es decir: acuerdo entre instituciones públicas y empresa privada. (…) la más profunda y serena reflexión sobre el concepto de Estado de bienestar: alcance y límites de los servicios universales, aplicación de criterios de corresponsabilidad, políticas fiscales, progresividad y equidad. Y si queremos obtener alguna credibilidad, necesitaremos la aplicación consecuente de determinadas reformas imprescindibles: la del sector público, donde se concentra el mayor déficit de productividad y eficiencia social, y la del mercado laboral, recientemente iniciada, que debe avanzar en la mayor libertad reconocida a empresarios y trabajadores para acordar condiciones y retribuciones.”

Declaraciones las suyas que, por fin, definen un modelo, o al menos, unos criterios para crear uno a muy corto plazo, que nos situase a los catalanes en el cajón de salida para correr en la carrera de la crisis.

Pero este artículo solamente le ha valido a Maragall, para recibir una reprimenda, rozar la destitución y generar una crisis institucional importante. Pues bien, ya sabemos que a Montilla no le gusta este modelo. Ahora solo nos falta saber, qué modelo es el que le gusta. Y que gobierne.

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