Curiosamente, ha querido el destino hacer coincidir este fin de semana tres artículos, (dos en una misma revista, El Magazine, y el otro en el Semanal) que hablan sobre el Lenguaje. El primero, de Quim Monzó “Prohibida la blasfemia y la palabra soez”, ha servido al autor para cargar las tintas con lo absurda que es, a veces, la persecución contra la palabra malsonante. El segundo, “El grito en el cielo”, de Andres Trapiello, nos ilustra sobre el disgusto que le causan los defensores de la lengua que “cada quince días vienen a decirnos lo mal que se habla el español”. Por último, el del Semanal, de mi admirado Arturo Pérez Reverte, “Un colegio no sexista”, sobre las absurdas dificultades a las que nos lleva el utilizar al hablar el yugo de lo políticamente correcto.
Primero, Quim Monzó, utiliza como excusa el reciente caso de la fallida sanción a Buffon por soltar un “porco Dio!” en medio de un partido, que el genial portero de la Juventus , en un escorzo como los que hace habitualmente para atajar balonazos, convirtió en “Porco Zio (tío)” para evitar el castigo. Reclama Monzó, no sin cierta sorna, que ya puestos, se evalúe la cantidad y la calidad de cada palabrota, con un mínimo criterio lingüístico-literario, para determinar la gravedad de la falta y la justicia del castigo. Y para que “aprendamos la lección”. Así mismo el escrito nos informa de la existencia de una revista americana, “Maledicta - Revista Internacional de Agresión verbal” que desde los años 70 ha venido recopilando todas las groserías que encuentra, entre otras, las proferidas por deportistas de diferentes deportes. Añadiría de mi cosecha, que la riqueza de nuestra lengua tiene eso, que es enorme, y variada, y en los exabruptos, especialmente extensa. Hasta tal punto, que Stoichcov, futbolista fichado por el Barcelona en los 90, de origen búlgaro y con un malísimo carácter indomable, enseguida se abrazó a nuestro vocabulario patrio, para azuzar a enemigos y árbitros por igual, al comprobar lo completo, surtido y variado de nuestro repertorio. Su destreza le proporcionó una mayor cultura, puede ser… pero le hizo acreedor de no pocas sanciones, y mucha animadversión en los campos contrarios. Rencorosos que no estimaron el esfuerzo por la adaptación a nuestra cultura del goleador centroeuropeo. La abundancia desbordante del castellano en estos temas escatológicos, dio para que Camilo José Cela, todo un Premio Nobel, y uno de nuestros más insignes escritores, nos legara el “Diccionario Secreto”, faraónica obra enciclopédica, dedicada al estudio de las palabras malsonantes castellanas, de la que sólo pudo llegar a completar tres volúmenes: "Serie Pis- y afines" (sobre los nombres del pene) "Serie Coleo- y afines" (dedicado a los testículos) y "Voces relacionadas" donde trató de incluir otras palabras. ¿Puede negarse tal riqueza?, ¿Puede dejar de usarse?
Trapiello se queja en el segundo artículo que “desde hace lo menos doscientos años”, existen “nuevos Savonarolas” que se “dedican a escarnecer o ridiculizar a la gente de habla desastrada o mal cortada. Y lo hacen en artículos a menudo apelmazados y latosísimos que también podrían afeárseles”. Claro está que esto, podría no pasar de una mera opinión, como tantas, si no fuera porque señala como exponente de dicha actitud a Fernando Lázaro Carreter y de cuya histórica columna periódica en el País, “El dardo en la palabra” llega a afirmar que se ocupaba de “chorradas”, “como si alguien le hubiese encomendado esa labor de policía”. Bueno… homenajeando a Cela diré que esto trasciende la mera opinión para llegar a la gilipollada absoluta. Apunta Trapiello demasiado alto en la meada, con el consiguiente peligro de mojarse por completo. Al osado columnista habría que decirle que no son doscientos años, sino doscientos noventa y siete, los que tiene de vida la Real Academia de La Lengua. Institución que tiene como “misión principal velar porque los cambios que experimente la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”. En aras de conseguir tan elevados fines, puede que los académicos, en las ocasiones en que sus escritos son dirigidos al gran público pretendan hacer labor pedagógica, y puedan resultar cargantes a los “malos alumnos”. Don Fernando Lázaro Carreter fue durante treinta y dos años, el académico que ocupó el sillón "R mayúscula", ejerciendo los que fueron del 1992 al 1998 el cargo de Director de la institución. Lógico sería pensar, que pusiera empeño en su tarea, si tuvo esa responsabilidad y creyó en ella. Pero es que además, lo hizo con gran seguimiento, “El dardo en la palabra”, y “El nuevo dardo en la palabra”, libros que sirvieron de recopilatorio de los artículos explícitamente criticados, fueron obras de un enorme éxito, que aún hoy, gozan de predicamento y profusión. Al Arrogarse para sí Trapiello, la frase de Juan Ramón Jiménez, “quien escribe como se habla, irá más lejos, y será más hablado en lo porvenir, que quien escribe como se escribe” para criticar a Lázaro Carreter, comete un error, puesto que las obras del Académico, aún pasados los años, mantienen el prestigio que tuvieron cuando las escribió. Así que no. No compro, Trapiello.
2 comentarios:
Fenomenal artículo que firmo en su totalidad. Además siempre he sido admirador de Lázaro Carreter y tengo sus dos dardos como libros de cabecera, por lo tanto, apoyo lo dicho contra Trapiello, yo tampoco compro. Saludos.
Yo me quedé de piedra con El grito en el cielo de Trapiello. Lo leí en algún lugar público, de pura casualidad.Imagino que irá contra algún "sucesor", pero no se quiso mojar, y descargó ira contra todo lo escrito por Carreter que, afortunadamente, en lugar de quedarse encerrado en su despacho, se tomó la molestia de aportar algo.¡Y mira que hay materia sobre la que tratar...! Pero aquí va contra el mensajero.
La anécdota de Reverté es increíblemente creíble... Así estamos, en un embobamiento beatífico feministoide (mira que suena a fascistoide..., ¡pero muy "rentable", entre comillas claro, porque no se trata de crear riqueza, sino de depredar...
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