El visionario alcalde de Barcelona, el olímpico invernal Sr. Hereu, quiere convertir nuestra ciudad en un pueblecito de montaña de segunda categoría, seguramente para hacer más creíble la reciente vocación por la nieve del actual equipo de gobierno ciudadano. Pretende conseguir tal cosa partiendo la ciudad en dos por la Diagonal , y desbaratando una de las principales arterias de la trama viaria de la capital catalana. Esta desfachatez no se entiende en absoluto.
Si el gran acierto urbanístico del 92 para convertir a Barcelona en una ciudad más amable, más mediterránea, fue recuperarla al mar, y para conseguirlo, hacer desaparecer las vías del tren que nos lo arrebataba, el alcalde actual está por desandar aquel camino, e interponer de nuevo la barrera ferroviaria que ahogó la Barcelona pre-olimpica, pero en peor, como diría un castizo, “en todo el medio”.
Tamaño despropósito no se podría conseguir si no fuera a espaldas de los técnicos, arquitectos e ingenieros que posibilitaron aquella brillante transformación en nuestro pasado más glorioso. Para desactivar la airada oposición de éstos, buscando complicidades poderosas, se ha lanzado el equipo consistorial a la política del referéndum y del concurso de ideas ciudadanas. Una medida populista que no me parece que sea la mejor manera de gobernar una capital europea. Es como si me tuviera que operar de cataratas e hiciera un concurso en casa para ver quién de mis familiares decide la mejor técnica para que el especialista me opere.
La medida no se entiende si no se aclara que este consistorio, hace años que ha declarado la guerra al coche, y prácticamente todas sus decisiones están enfocadas hacia la consecución del absurdo objetivo de expulsarlo de nuestras calles. Es lo que algunos técnicos del Ayuntamiento llaman eufemísticamente “reasignar las funciones de las avenidas” o “ganar espacio para los peatones y el transporte público”. Las zonas azul y verde de aparcamiento, los límites de velocidad en autovías circundantes a 80km/h, el caótico y absurdo “bicing”, la actuación acogotante del tráfico en vías importantísimas (Mitre y Glorias), o el “desastre fórum” son actuaciones que se enmarcarían en dicha política.
La apuesta por el tranvía en el tramo central de la Diagonal es la culminación de esta absurda carrera hacía el pasado. El tranvía es un medio de transporte “pesado” y muy poco versátil. Requiere mucha anchura (que se come espacio para otros medios de transporte) y divide ambos lados de la calle. Existen otras opciones modernas, más flexibles, por las que están apostando otras grandes capitales (tapices rodantes o taxis eléctricos a demanda).
Pero la premisa que me hace llevarme las manos a la cabeza es: ¿Hace falta cambiar la Diagonal ?, ¿Es que lo que hay no funciona correctamente?, ¿Cuál es el problema que se pretende “corregir”? El Sr. Oriol Bohigas, el gran urbanista olímpico, sostiene que precisamente “el problema de la Diagonal es el tranvía”, o Josep Antoni Acebillo, otrora gran responsable de proyectos e infraestructuras del Ayuntamiento con Maragall y Clos, dice que “expulsar el coche de la Diagonal es una barbaridad, el Eixample no podrá absorber el tráfico que deje de pasar por ella. Cerdà definió calles, plazas y parques, y la Diagonal era calle”.
El modelo de ciudad del Ayuntamiento es una Barcelona alejada de sus ciudadanos que sirva de decorado para los turistas. Para ellos, el tranvía funciona de maravilla. No tienen que pasar una hora para aparcar, ni pelearse con ningún mentecato ciclista del “bicing”, ni ir a trabajar al extrarradio a 80Km/h en viales que se construyeron con dinero de nuestros impuestos para que fueran autovías (para ir a 120).
Entre tanto, nuestra ciudad corre el riesgo de perder comba frente a sus competidoras. Y nosotros perder la paciencia. Si Maragall (Ernest) cree que la fórmula tripartit está acabada en la Generalitat 6 años después, que menos lo estará la que está eternizando a personajes como Hereu, tan poco brillantes como eficientes, en la alcaldía de Barcelona.
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